El poder de un nombre está en que de alguna manera define a lo "que" o a "quién" lo lleva. Identificar algo es una forma de limitarlo a una especie de frontera de la cual difícilmente puede escapar sin convertirse en otra cosa.
La silla es una silla y no otra cosa; el reloj da la hora y no sirve para lo mismo que la "cocina". Yo soy yo y no usted... Los nombres representan y nos representan.
En el caso de Dios, desde una cosmovisión judeo-crsitiana, el nombre máximo revelado sobre Él es el de YHWH (originalmente el hebreo carece de vocales) y curiosamente es una palabra que no limita al Ser divino porque remite a la idea del SER. En el común denominador de las traducciones en castellano se traduce YHWH como YO SOY, así que, anclada en la naturaleza misma de El Creador y Todopoderoso Dios, su nombre remite al acto mismo de una existencia plena e ilimitada.
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