Cortés

Tocó a la puerta, lo dejé entrar y como habíamos acordado, usó el baño. Al salir se fue directo a mi cocina, como si conociera la casa, cuando era la primera vez que lo veía. Se preparó un sándwich y se sentó en el sofá a ver televisión.

— ¿ Está cómodo?—le pregunté—
— No del todo—dijo con la boca llena—
— Si no está cómodo debería marcharse
— ¿Me está echando de su casa?
— ¡No! ¿Cómo cree! ¡Faltaba más!

Lo dejé tranquilo, el pobre se veía muy cansado, hasta sucio. Le busqué una toalla y jabón para que se duchara. Al salir él, yo me iba.

— ¿A dónde cree que va?— me preguntó mientras se secaba el cabello—
— A trabajar—le dije—
— ¿Y pretende que yo cocine?—dijo con las manos en la cintura—
— Usted se ha comida un sándwich
— ¡Ah! Pero eso es un aperitivo. No deseo que usted piense que yo soy un sinvergüenza. ¡Preparar la cena me haría un sinvergüenza!
— ¡Perdóneme si lo hice pensar eso! ¡Faltaba más!

Preparé la cena. Serví la mesa mientras el otro salía de mi cuarto con una de mis pijamas puestas.

— ¿Va dormir esta noche aquí!—Exclamé mientras le servía el jugo—
— ¿Acaso usted es mi padre para me hable en ese tono?—me respondió—
— ¡No! Disculpe, tiene toda la razón ¡Faltaba más!

Lavé los platos mientras el hombre veía televisión en mi cuarto.

— ¿Pretende dormir en mi cama?—le pregunté con un tono más amable—
— ¡Mío, mío, mío! ¡Usted es un hombre egoísta señor…!
— Señor…
— ¡No me diga su nombre! No quiero saber el nombre de un egoísta
— ¡Perdóneme! — me arrodillé ante la cama— Quédese aquí. ¡Faltaba más!

Dormí en el sofá. Al día siguiente le llevé el desayuno y el periódico a la cama. Llovía y tomé el paraguas que estaba en mi escaparate, para ir a trabajar.

— ¿Qué se lleva?—me preguntó
— Un paraguas—contesté pausado—
— ¿Para dónde?—preguntó
— Para el trabajo; es acá, cruzando la esquina—le dije—
— ¡Ah! ¡Perfecto! Ahora usted llegará sin el paraguas y dirá que yo me lo he robado. ¿Me está llamado ladrón! ¡Egoísta y calumniador!—gritó—
— ¡Pero si usted ha visto que soy yo quien me lo llevo!—repuse—
— ¡Ve! ¡Lo tiene todo planeado!— exclamó—
— Entonces iré en auto—dije molesto—
— Para molestarme con el ruido infernal de los pistones ¡Verdad?—saltó de la cama—
— ¡Tiene razón! En qué estaba pensado, cuide mi paraguas. ¡Faltaba más!

Me fui bajo la lluvia. Me resfrié con el aire acondicionado de la oficina. Llegué muy mal. El hombre estaba en mi cama, comiéndose un sándwich.

— ¡Achís! —estornudé
— ¡Ahora pretende contagiarme! Usted es un caso.
— No pretendo eso—dije con voz ronca—
— ¡Ah! ¿Entonces quiere que sea su enfermero? Pues se equivoca— se paró y tomó las llaves de mi auto—
— ¿A dónde va?—le pregunté señalando mis llaves—
— A mi casa ¡No pretenderá que vaya caminando? ¡Usted es un desconsiderado!
— ¡Para nada! ¡Faltaba más!—dije tosiendo—

El hombre rompió en cólera.

— ¡Hombre! ¿Y cuánto falta? ¿qué más tengo que hacer para me deje ir?—dijo al lado de mi puerta—

Sonreí y me senté en el sofá.

— Váyase—tosí— ¡Sólo esto me faltaba!
— Usted sí que es un tipo raro—dijo de espaldas en el umbral de mi puerta—

Escuché el arranque de mi auto por última vez.

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