Si acaso la aurora

Hacia el 1800, Mar vivía en la comarca de Casazul. Se había mudado unos dos años antes de Villa Aurora, con sus padres y hermanas, por razones que no vienen al caso detallar. La joven, de semblante sobrio, tenía un rostro cordial de cálidas facciones y rebosada melancolía, así como una rara pero encantadora personalidad. Tenía la piel del blanco cautivo en el velo de las novias y, una mirada grácil, de elegancia en gestación, acompañaba su cabello color azabache, largo como la distancia mínima entre las estrellas. Vestía, pues, como los diamantes visten de luz con su presencia, y aquella tarde de abril calzaba sandalias azules entretejidas un poco más allá de los tobillos.

— Sandalias azules…— suspiró Mar

Mar tenía la maña poco común de pensar en voz alta. Era una maña sincera, tal vez demasiado honesta y que muchos no llegaban a comprender del todo (a veces ni ella misma).

— Sandalias…, azules—dijo— Sí, son azules—pensó—
Esa mañana, Mar se encontraba sentada cerca de la plaza de los juglares, debajo de un gigantesco árbol cuyo tronco ya se había amoldado a su espalda, de tanto que lo usaba.

— ¡Mar!— gritó Carmen desde una esquina de la plaza—

Mar movía un poco los labios, un poco la cabeza, otro tanto las manos, en un compaseado soliloquio: estaba lejos de Casazul; ensimismada en argumentos que sólo ella podía entender.

— ¡Mar…! —gritó con más fuerza Carmen—

Nada. Tenía la mirada dispersa, como cazando en el aire los recuerdos que escapaban de su mente: parecía absorta en un universo de notas musicales que retaban la armonía o tal vez en uno lleno de gratitudes que le permitieran olvidar las heridas del pasado… Carmen intentó por última vez sacarla de aquel mundo gritándole directamente al oído:

— ¡¡MAR!!
— ¡El que…?—reaccionó con un brinco la joven—
— Mar ¿Dónde estabas?—preguntó Carmen con ironía—
— Aquí. ¿Dónde más? En este pueblo sólo hay un lugar, y siempre es aquí.Allá en Villa Aurora era…
— ¿Diferente?—interrumpió Carmen—
— Sí…, diferente. Era distinto. Todo era distinto.
— Vives en eso Mar —dijo Carmen con tristeza— ahora estás en Casazul.
— Sí—suspiró Mar— Ahora vivo en este pueblo.

Durante un instante hubo un silencio profundo. Parecía que ambas se habían puesto de acuerdo para recordar el día que se conocieron en el puesto de tizanas cerca de la plaza, a pocos metros del puente que conducía a la playa. Aquella vez, Mar acababa de llegar de Villa Aurora y cargaba su equipaje de mano y una sombrilla que aún guarda de recuerdo.

— Fue un día soleado aquel — dijo Mar—; yo estaba agotada por el viaje.
— ¡Vaya que sí!—contestó Carmen—te veías más horrible que el faro.
Mar sonrió. Era temprano; había amanecido hace poco y apenas caminaban dos o tres personas por los alrededores. También hacía un poco de frío porque se acercaba el otoño. Carmen se agachó para sentarse junto a su amiga. Mar movió los pies y señalando las sandalias con la mirada, dijo:
— ¿Hoy es sábado, verdad?
Carmen alzó la vista y vio como las aves se perdían en la azul profundidad y alborotaban el viento con las alas, todo sin tropezarse entre ellas, todo en paz y dirigidas por una maravillosa intuición.
— Es como si no les importara a dónde van, sino llegar hasta donde no saben—dijo Carmen somnolienta—
— Te pregunté si hoy es sábado—replicó Mar—
— Pues sé que ayer fue viernes—bostezó— Los viernes mamá hace la cena más temprano.
— Entonces es sábado.
— Sí. Sábado !Mar!—alzó la voz Carmen— ¿por qué no estamos durmiendo?
— Yo no tenía sueño; y tú no sé porqué. Yo estaba aquí y tú llegaste.
— Fui a buscarte a tu casa pero no te vi por la ventana de tu recámara y pensé que estarías aquí.
— ¿Para qué me buscabas?
— Para decirte que…

En ese momento Carmen se levantó como una gacela. Se sacudió el vestido rápidamente y sus ojos se hincharon de alegría.

— ¡Se me había olvidado¡ ¡Hoy viene un barco de Villa Aurora!
— ¿Cómo sabes tú eso?
— ¡Papá estaba hablando con el capitán del puerto y comentaron eso!.

El corazón de Mar se alegró, aunque trató fallidamente de disimularlo. Sus ojos tomaron un brillo distinto. Entonces se levantó y comenzó a caminar rumbo al puente. A los pocos pasos se detuvo, luego se volteó y preguntó:

— ¿Y a qué hora llega?
— No debe tardar.

Mar bajó la cabeza y suspiró, luego exclamó con una sonrisa del todo dibujada:

— ¡A ver quién llega primero!

Y diciendo aquello comenzó a correr mientras Carmen la seguía. Pasaron por el puente de piedra y casi tropiezan con un perro. Pronto llegaron a la playa. Mar seguía corriendo con mucha fuerza y su amiga casi podía seguirle el paso. Llegaron a un farallón muy cerca del faro; hacia la derecha estaba el puerto. Las aguas de Casazul se movían con calma, el olor a salado y la arena incomodaban un poco a Mar; Carmen estaba más acostumbrada a ir a la playa porque su papá era comerciante y a veces llegaban cargamentos cuyo desembarco él mismo se encargaba de supervisar.

— A esta hora —dijo Mar un poco cansada— tu papá te debe estar buscando.
— Tal vez. Y los tuyos también.
— Sí, puede que mi hermanita ya haya formado un escándalo al ver que no estoy.
Las jóvenes se sentaron en el farallón, las olas se movían con lentitud; parecían descansar como ellas de una larga travesía. Hubo otro silencio, un poco más largo que el primero. Los rayos del alba se movían sobre las aguas y trazaban formas y chispas de colores que jamás se repetirían. Los brillos se fundían unos con otros, salpicando de luz la espuma; acariciando con su calor las frías aguas de otoño. Mar pensaba.
— ¡Mar!
— ¿Qué?
— ¡Veo el barco!

A lo lejos se divisaba la figura de una embarcación comercial. La imagen era lejana y confusa, como las ideas de Mar ese instante. Carmen se paró y corrió hasta la puerta del faro. Se asomó con cautela e invitó con una mirada a su amiga. Mar se acercó y sin darse cuenta ya estaban subiendo por la abandonada estructura. Los escalones eran peligrosos pero las jovencitas eran hábiles para trazar un camino hasta la cima. Había telarañas y animalillos por doquier, algo de polvo y un fuerte olor a humedad. Llegando a la cúspide (no era un faro tan alto con el otras comarcas) se asomaron por los vidrios rotos y trataron de divisar el barco. Se veía igual, hasta más lejos.

— Debe ser por la altura—dijo Carmen—
— No: se está regresando.

La embarcación se alejaba cada vez más en el frío horizonte y terminó de perderse pocos minutos después. Mar se calló y decayó su semblante. Carmen no quiso decir nada; bajaron del faro con una precaución exagerada, como si no quisieran llegar hasta abajo para comprobar la realidad.

— Bueno Mar. Será que nos vamos.
Mar no contestó. Siguió caminando hacia el farallón y sentó. Sandalias azules, pensó…. Y viendo a lo lejos acercó la mirada hacia el puerto, y allí estaba: El barco de Villa Aurora.

— ¡Mar!— gritó Carmen

Su amiga ya había emprendido la carrera. Corrió como el viento y al instante ya estaba en las cercanías del puerto, y en breve se hallaba lo bastante cerca de la barca. La esperanza de Mar se alimentaba cada vez más; las manos se le pusieron más frías de lo normal mientras que los recuerdos de Villa Aurora afloraban en su mente como la primavera. Comenzó a arreglarse el cabello repetidas veces; comenzó a pensar más y más pero calló. Por un momento cerró los ojos. Sintió que alguien posó una mano sobre su hombro. Mar sonrió y abrió los ojos.

— ¡Parece que allá en el faro nos equivocamos de barco, verdad!

Era Carmen. El rostro de Mar se mudó una vez más. Un tercer silencio las abrazó. Carmen trataba de reponer un poco las fuerzas de la carrera que había dado hasta allí, mientras que Mar seguía mirando hacia la barca. Bajaban y bajaban cajas, y así fue como por una hora. Durante ese tiempo Mar no pronunció palabra, y Carmen estuvo sentada sin interrumpir la contemplación de su amiga. Finalmente el barco zarpó de regreso a Villa Aurora.

— …esperaremos el siguiente.

Mar se despidió en su corazón de la embarcación y comenzó a caminar de regreso. Poco a poco se llegaron hasta el farallón. Mar se desató las sandalias con lentitud y se paró con mucho cuidado en la roca.

— ¿Me dijiste que hoy era sábado, no?
— Sí.

Entonces alzó la mirada al cielo y sujetó con fuerza las sandalias. Envalentonada las lanzó con toda su alma hacia la mar ¡Sábado!—gritó mientras lloraba— ¡Sábado!—¡Toma tu sábado! ¡Aquí tienes tu…!. Carmen se sintió muy mal. Luego que Mar bajó del farallón, caminaron juntas hasta el puente. La plaza de los juglares estaba más concurrida. Mar se acercó hasta el árbol y se sentó; Carmen hizo lo mismo.

— Esperaremos el próximo; ya te lo dije.
— No —interrumpió Mar— No esperaremos más. Ya es suficiente para mí—sonrió—.

Carmen se alegró de ver sonreír a su compañera.
— Entonces !quieres una tizana!—dijo muy feliz Carmen—
— No, no, no. ¡Un tallo de rosas con espinas!
— ¡Estás loca Mar! ¡Hasta andas descalza!
— ¡Ja, ja! Sí, tal vez sí estoy loca.

Mar y Carmen se pararon al unísono para emprender la nueva campaña. Saludaron con alegría a quienes conocía, y también a quienes veían por primera vez. A veces Mar callaba y decía cosas que Carmen no entendía. Cuando llegaron cerca de un rosal (por el lado Oeste de la Plaza), Carmen, con voz seria, le preguntó a su amiga por primera vez:

— ¿Mar, que tanto piensas?
La jovencita estaba arrancando una rosa; después de remover de un tajo todos los pétalos, le contestó con el tallo en la mano:

— Cosas que se callan.
— Entiendo—dijo Carmen con una mirada dulce—


Eran como las nueve de la mañana cuando las jovencitas llegaron hasta sus respectivas casas. Por precaución entraron por las ventanas (como acostumbraban). Apenas y sus familiares estaban despertando, tal vez porque era sábado y poco había que hacer los en Casazul: No como en Villa Aurora, donde al parecer, todo era diferente.

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